Secreto de Estado

La mamá y su bebé hipopótamo se habían fugado del Zoológico Nacional de Cuba, a través de una cerca rota que rodeaba esa instalación ubicada en la Carretera de Capdevila, Km 31/2, Boyeros, en las afueras de La Habana. Era el verano del 99 y la noticia no había sido publicada por ningún medio de comunicación local. Sin embargo, rápidamente se corrió por toda la ciudad.
Dos reporteros y un camarógrafo de la televisión cubana salieron a la caza periodística de “los fugados”. Primero fueron a los alrededores del zoológico, gracias a la guía de quienes decían los había visto. Estuvieron en un pequeño cultivo de maíz de un campesino que vivía en los alrededores del lugar. Vieron las huellas dejadas en la tierra por el paso de estos animales. El dueño del lugar les contó que su familia estaba un poco atemorizada porque habían sentido detonaciones en el río que pasaba por ahí, hechas por un grupo de militares para asustarlos y poder capturarlos. Pero todo había sido en vano.
Con las imágenes y los testimonios grabados, los reporteros se dirigieron entonces al zoológico. Cuando llegaron, lo primero que vieron fue una brigada especial de francotiradores que regresaba de una búsqueda infructuosa. Revisaban sus armas para después del almuerzo dar una nueva pasada. “Por favor, no pueden grabar”, les dijo el jefe del pelotón. Y así hicieron. Fueron a la oficina de la dirección, pero la máxima autoridad del lugar no estaba. No hacía falta: sus subordinados ya tenían una respuesta para los periodistas: “Tenemos orientación de más arriba. Ustedes, entienden, compañeros. No es conveniente darle divulgación a este hecho. Es un Secreto de Estado".
Los reporteros no supieron en ese momento quién era exactamente el “más arriba”. Se fueron sin la historia. Nunca la pudieron publicar. Días más tarde se enteraron que “la precisión francotiradora” había eliminado a los hipopótamos. Una de las dos secretarias que tenía en ese momento Gisela Alonso, presidenta de la Agencia de Medio Ambiente (AMA) a la que pertenece este zoológico, les contó tiempo después que ese “más arriba” eran la Alonso y Herminia Serrano, por ese tiempo asesora de Gisela y ex directora del Centro de Inspección y Control Ambiental (CICA). Ambas habían dado “la orientación” de no informar del tema, claro, por órdenes de la ministra de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, la ya fallecida Rosa Elena Simeón.
Por cierto, esa misma fuente les reveló que la oficina de la Alonso estaba en el segundo piso de la AMA y era la misma que había utilizado “Fidelito” Díaz-Balart en sus años de “mandarín atómico” en Cuba (1980 a 1992) . Aún conservaba los dobles cristales en sus ventanas con vacíos en el medio, cuadros valiosísimos, espejos de doble cara, dobles puertas en cada entrada, las instalaciones de los micrófonos ocultos para grabar los encuentros que “el hijito de papá” podía activar tocando un botón debajo de la mesa del salón de reuniones y hasta el pequeño cuarto donde ejercitaban sus oídos y tomaban notas los “escuchas asalariados”.
Según esta ex secretaria, por esos días estaban llegando varios “anónimos” a la AMA, quejándose de la falta de comida y medicinas que sufrían los animales del zoológico y de la desaparición frecuente de algunos de ellos. Los mensajes hablaban de que la entonces directora del lugar mantenía ilegalmente una paladar a donde, al parecer, “desviaba” algunos de los animalitos bajo su protección. Hasta el momento de su partida de ese puesto, la ex secretaria nunca supo que expulsaran o sancionaran a esa funcionaria. Esta información también fue “Secreto de Estado”. Como tampoco sabremos si el instinto de “mamá hipopótamo” de agarrar a su criatura y salir corriendo por el primer hueco que encontró fue por el hambre que tenía o porque no quería terminar sus vidas como un “exótico” manjar en la paladar de la que les dijeron era su “protectora”.

Foto: El zoológico de los secretos (www.hicuba.com)